LOS SONIDOS DEL AYER
  Rockola
 
 
 

 

 
LA ROCKOLA


 
 
Es imposible imaginarse un escenario típico de los años del rock and roll sin la presencia de una rockola en uno de los símbolos más emblemáticos de la juventud de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Y ya que por estos días estamos celebrando el cincuentenario de los inicios del rock and roll en México, vamos a explorar algunos datos básicos de este importante vehículo musical. Venga conmigo, se va a divertir.
 
 
La rockola,  sinfonola o tragamonedas, es un aparato que contiene un tocadiscos automático y una colección de canciones que se reproducen cuando el usuario introduce una moneda y selecciona el disco que quiere escuchar. La rockola tradicional es un mueble grande, con la parte superior redondeada y luces de colores al frente. La elección de las canciones se hace por medio de botones que al combinarse indican el disco, cara o track que se desea escuchar.

A pesar de que la rockola tiene una imagen ligada a los años del rock and roll, sus orígenes están mucho más atrás. Como cosa curiosa le comento que el nombre de “Rock-Ola” —como marca comercial— apareció en 1935, casi 20 años antes de que naciera el género del rock and roll, y muchos afirman que el nombre del ritmo se inspiró en el de las máquinas musicales.
La historia de la sinfonola se remonta a 1877, cuando Tomás Alva Edison inventó el fonógrafo. Poco después, en noviembre de 1889, Louis Glass —un empresario californiano— compró una máquina de Edison, le acopló una ranura para monedas y la instaló en el Saloon Palais Royale, de San Francisco.
El fonógrafo de Edison no tenía mucho en común con las tragamonedas del siglo XX: tocaba un cilindro de cera, no tenía amplificadores eléctricos y sólo podía reproducir una melodía. La música salía por un megáfono —especie de cono amplificador— y el escucha tenía que colocarse muy cerca para oír bien.
En aquel entonces casi nadie había visto un fonógrafo, así que el aparato de Glass accionado por monedas resultó una verdadera novedad. Los usuarios pagaban cinco centavos por escuchar la melodía de dos minutos de duración y la máquina reportaba ingresos de 15 dólares a la semana —una cantidad bastante buena en 1889. La noticia de la máquina generadora de ganancias cundió por Estados Unidos. Docenas de bares y cantinas copiaron la idea y así surgió una nueva industria enfocada a capitalizar la naciente moda. Después apareció la primera rockola de verdad: la Automatic Entertainer, que en vez de utilizar los cilindros de Edison usaba discos de 10 pulgadas, ofrecía varias canciones, tenía un enorme megáfono y podía distinguir entre monedas de verdad o falsas rondanas.
Pero la característica más notable de la Entertainer era su mecanismo para cambiar los discos: estaba montada dentro de un gabinete de vidrio en la parte superior del mueble y los clientes podían ver cómo la máquina tomaba el disco, lo colocaba y lo tocaba. Para la gente, ésta sola función valía los cinco centavos que pagaba. A partir de entonces, la rockola en sí misma fue un espectáculo tan atractivo como la música que tocaba. Pero a la Entertainer le faltaba algo fundamental: un mayor volumen de sonido.

En 1927 la Automatic Music Instrument Company presentó los primeros equipos con amplificadores eléctricos, el avance técnico más importante en la historia de la sinfonola. Así, las tragamonedas fueron capaces de competir en volumen con las orquestas, ya que podían llevar la música a mucha gente, en amplios salones, pagando sólo cinco centavos por pieza.
A finales de los años veinte y principios de los treinta la radio era el nuevo medio que ponía en peligro la existencia de fonógrafos y sinfonolas. Pero las rockolas encontraron un nuevo hogar: las cantinas clandestinas. En 1920 la ley había prohibido el consumo de alcohol pero millones de estadunidenses —en vez de dejar de beber— comenzaron a frecuentar los bares ilícitos.
Las rockolas fueron la solución para las necesidades de diversión de esos lugares ya que eran menos riesgosas que una orquesta y más entretenidas que un pianista solitario

Por otra parte, la Gran Depresión de los años treinta impidió que la mayoría de las familias pudiera comprar un fonógrafo, pero sí permitía el lujo de gastar un cinco en una sinfonola para disfrutar algo de música.
Es difícil imaginar hoy el tremendo impacto que tuvieron las sinfonolas sobre la industria discográfica de aquellos años. En 1939, las tragamonedas eran ya los mejores clientes de las disqueras al utilizar 30 millones de discos. Para 1942 la cifra rebasaba los 60 millones de acetatos, o sea la mitad de todos los discos producidos ese año.
Ante la feroz competencia de la radio y los tocadiscos, los fabricantes de sinfonolas decidieron darle un aspecto más atractivo a sus máquinas. Hasta 1937, las rockolas —hechas de madera— tenían un aspecto muy parecido al de los aparatos de radio. A partir de entonces la sinfonola comenzó a ser más que una fuente de música para convertirse en una pieza de exhibición, un espectáculo de luces, colores y con el mecanismo a la vista para ser admirado por todos.
 
 
Los fabricantes experimentaron nuevos diseños con vidrio, cromo, metales ornamentales, burbujas, espejos, luces multicolores y plásticos —que por entonces acababan de ser inventados—, adornando sus máquinas con preciosos motivos art deco capaces de lucir en cualquier lugar.
 
 
 
El diseño más famoso de todos fue el de la sinfonola Wurlitzer 1015 —más conocida como La burbujeante gracias a sus célebres tubos de burbujas— que apareció en 1946. La máquina se convirtió en la rockola más popular de la historia y estableció a la Wurlitzer como el gigante de la industria. Desde entonces, cuando la gente piensa en una rockola en su mente surge la imagen de la 1015.

Después de la Segunda Guerra Mundial las ventas de tragamonedas fueron enormes. Las máquinas ya habían entrado a México y estaban por todas partes. Sin embargo, esos aparatos no eran tan distintos a los de los años treinta: casi todos tenían unos 20 discos y podían tocar 40 canciones. Eso cambió en diciembre de 1948, cuando la Seeburg introdujo el modelo M100, una sinfonola que a cambio de no ser tan bonita podía tocar hasta 100 canciones distintas y generaba más dinero. La edad de oro de las sinfonolas había llegado a su fin: la belleza dejaría de ser importante para ceder el paso a la funcionalidad y a la rentabilidad.
El mercado para las rockolas creció durante los años sesenta, pero en los setenta comenzó a declinar. Hubo muchas razones para ello: la diversificación de los géneros musicales, el surgimiento de la radio FM, los cassettes y el creciente precio de los discos fueron las más determinantes. Hoy, las tragamonedas modernas siguen dando servicio en miles de lugares y son máquinas altamente sofisticadas, aunque a principios de los años ochenta el compact disc sustituyera a los viejos acetatos. Hacia finales del siglo aparecieron sinfonolas completamente digitales que no usan discos sino que descargan las melodías por internet o por vía celular, ofreciendo al usuario una enorme lista de selecciones con cientos de opciones.
Pero, sean cuales sean los avances tecnológicos, la rockola clásica seguirá siendo aquella de finales de los años cuarenta, la multicolor y burbujeante obra de arte que, para siempre, será también un símbolo emblemático de los frenéticos años del rock and roll.
Fuente
Articulo de Jaime Almeida

  
 


 



 


 
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